HISTORIA REAL VERSUS LEYENDA OFICIAL.
Fernando
Jesús Mogaburo López.
“España,
mi natura; Italia, mi ventura; Flandes, mi sepultura”. Un aforismo que, no por
más repetido, es menos falaz. Generaciones de españoles que lo han leído, en
aquellas obras empeñadas en divulgar una historia plagada de errores y de mitos
infundados, han entendido que todos los soldados de los tercios nacían en
España, se adiestraban en Italia y morían en Flandes. Nada más lejos de la
realidad.
Los
españoles apenas suponían entre un 20 y un 30 % en los ejércitos de los
Habsburgo (mal llamados Austrias, pues equivale a llamar “Francias” a los
Borbones). El grueso lo constituían otras unidades que en los manuscritos
aparecían englobadas bajo el nombre de “naciones”: la portuguesa, la italiana
(sardos, sicilianos, napolitanos, toscanos, lombardos), la alemana (sajones,
francones, alsacianos, suizos, bávaros, austriacos), la eslava (bohemios,
croatas, eslovenos), la británica (ingleses, escoceses, irlandeses) y la que
podríamos llamar lotaringia (saboyanos, borgoñones, valones, flamencos,
holandeses). Aquellos berberiscos, amerindios y austronesios que superasen las
pruebas de limpieza de sangre podían enrolarse como soldados o como auxiliares
en los tercios de Orán, Túnez, México, Tierra Firme, Perú, Chile, Filipinas y
las Molucas. Tercios de cuya existencia reniegan aquellos autores que no buscan
la verdad en los archivos sino en las bibliotecas.
Tanto
lo soldados españoles como los de naciones podían ser desplegados en su misma
provincia de origen o en cualquier otra. Solo una minoría pasó por Italia, bien
para guarnecerla en los cuatro tercios fijos (Sicilia, Nápoles, Milán, Saboya)
o, preferentemente, para combatir en las numerosas guerras que la asolaron
(Lombardía, Calabria, Florencia, Siena, Córcega, Cerdeña, Mesina, Malta). Ni
uno solo lo hizo para instruirse, pues el único adiestramiento que conocieron
los tercios fue el campo de batalla. En contadas ocasiones, compañías recién
reclutadas eran enviadas a Italia para relevar a las desplazadas a otros
teatros de operaciones, pero casi siempre marchaban directamente al frente,
bien en solitario (como los “pilones” gallegos enviados a Flandes), o mezcladas
con las veteranas en tercios mixtos (como los que Alba llevó a Flandes en
1567).
También
es falso que Flandes se convirtiera en la sepultura del Ejército español, ni a
título individual ni colectivo. En el primer caso, murieron tantos soldados en
Flandes como en España, Portugal, Italia, Alemania, Hungría, Grecia, Berbería,
Chile y, sobre todo, en el mar. En el segundo, porque los tercios no sufrieron
decadencia alguna tras la derrota de Rocroi, pues no tuvo consecuencias
estratégicas. Tantas victorias y derrotas cosecharon antes como después, pese a
lo cual supieron conservar el imperio prácticamente intacto hasta la muerte de
Carlos II. Las únicas pérdidas territoriales se produjeron por renuncia
política (Holanda), bancarrota económica (Rosellón), donde no había tercios
acantonados (Borgoña) o cuando la falta de reclutas voluntarios obligó a
recurrir a levas forzosas de milicianos (Portugal). En cambio, Italia y Flandes
siguieron formando parte del Imperio español hasta el tratado de Utrecht
gracias, precisamente, a estar defendidas por sus tercios fijos. Algo que la
historiografía borbónica ocultó para ensalzar tanto a Felipe V como a Luis XIV,
los verdaderos artífices de que España cediera a Francia la hegemonía en
Europa. Tanto es así que, una vez reconquistadas Cerdeña, Sicilia y Nápoles, no
fueron reintegradas a nuestro imperio, sino entregadas a otros Borbones.
Así
pues, yo prefiero enfocar ese aforismo desde el punto de vista de las unidades,
y no del soldado: “Italia, mi natura”, porque los tercios nacieron en Lombardía
en 1521; “el mundo, mi ventura”, porque desplegaron en seis de los siete
continentes; y “España, mi sepultura” porque, una vez transformados en
regimientos y expulsados de Europa, continuarían en activo en la península
hasta que Fernando VII disolviese todo el Ejército en 1823.
Además,
añadiré una cuarta sentencia: “el mar, mi coyuntura”, porque casi todos los
tercios se embarcaron, al menos, una vez en su vida. La mayoría, para ser
trasladados desde sus áreas de reclutamiento al teatro de operaciones asignado;
cincuenta de ellos para combatir embarcados frente a otomanos, franceses,
ingleses y holandeses. Pero ser transportado en una nave no convierte a un
infante en “marine”, de la misma forma que ser transportado en avión no lo
convierte en paracaidista. Tanto los soldados que se embarcaban ocasionalmente
para surcar el Mediterráneo como los que combatieron en Lepanto pertenecían al Ejército
y no a la Armada. Nunca existió un tercio de galeras, por la sencilla razón de
que la vida a bordo era insalubre y de que lo único valioso era la vida del
propio soldado. Ese tercio nuevo de la Mar de Nápoles del que afirma descender
la actual infantería de marina, no nació en 1537 sino en 1635 y, pese a su
nombre, no combatió jamás embarcado, sino en un territorio sin costas como el
ducado de Milán.
En
realidad, el primer tercio que estuvo a sueldo de la Armada y no del Ejército
fue el que escoltaba la armada de la Guarda de Indias, organizada en 1561. Los
galeones que surcaban el Atlántico transportaban tanto oro, plata, joyas,
armas, enseres y bastimentos, que a la corona, a los armadores y a los
comerciantes les resultaba rentable sufragar la soldada de quienes los
defendían mediante un impuesto llamado “avería”. En 1602 se organizaron otros
tres tercios para escoltar las tres escuadras en las que se articulaba la
armada del Mar Océano: Galicia, Portugal y Estrecho, a los que poco después se
unió otro formado por napolitanos. Pronto se convirtieron en la fuerza de
reacción rápida de la monarquía, interviniendo en escenarios tan dispares como
Burdeos, Larache, las Antillas o el Brasil, además de combatir por tierra en
Cataluña y Extremadura. Solo uno de ellos pudo legar su historial a una unidad
actual, el Regimiento Córdoba, que nada tiene que ver con el tercio de
Figueroa, perteneciente al Ejército y disuelto en Flandes. La armada de
Barlovento también contó con su propio tercio, mientras que las de Flandes, Mar
del Sur y Filipinas se nutrían con compañías segregadas por turno de los
tercios fijos. Exactamente igual que las escuadras de galeras del Mediterráneo.
Dejemos
de contar mentiras y honremos a nuestros tercios como se merecen: “Italia, mi natura;
el mundo, mi ventura; el mar, mi coyuntura; España, mi sepultura”.
Fernando
Jesús Mogaburo López.
Publicado
por La Mesa de los Notables.