domingo, 21 de diciembre de 2025

EL GRIFÓN. ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA.

Alejandro Riestra Martínez. 

No porque lo lleve en mis armas, ni por esa condición polimorfa que tanto contribuye a su indudable atractivo, sino por la majestuosidad serena y la nobleza que inspira, siempre me he sentido más atraído por el grifón que por otros seres fabulosos que, desde la antigüedad, han poblado la imaginación del ser humano y hallaron después forma y sentido en la heráldica.
Más discreto que el dragón, menos dado a la exhibición de la fuerza desatada y del terror primigenio, el grifón no se impone por el estruendo, sino por la autoridad silenciosa. No es criatura del caos ni del desafío gratuito, sino guardián atento que no pretende deslumbrar, sino ordenar. Allí donde el dragón encarna la amenaza el grifón representa la permanencia. No asalta, protege; no arrasa, preserva.

Este magnífico hibrido irrumpe en la heráldica como una criatura nacida del umbral entre dos mundos. No pertenece del todo a la tierra ni al cielo, y en esa condición intermedia reside su fuerza simbólica. Su cuerpo es el del león, señor de la llanura y de la guerra frontal; su cabeza, alas y garras son las del águila, reina del aire y de la mirada que todo lo abarca. Al unirse, ambos forman un ser destinado a custodiar y a juzgar.


Representación de mis armas por D.Nikolai López Pomar.

Desde los primeros siglos medievales, los escudos que portan al grifón no hablan de ferocidad ciega, sino de poder contenido. El león aporta la valentía, la firmeza del combate y la autoridad terrenal; el águila, la elevación del espíritu, la vigilancia constante y la justicia que desciende desde lo alto. Por ello, el grifón se convirtió en emblema de quienes querían ser vistos no solo como fuertes, sino como dignos de confianza y garantes del orden.
En el campo del escudo suele alzarse rampante, con las alas abiertas y las garras tensas, como si estuviera siempre a punto de defender aquello que se le ha confiado. A diferencia del león, sus orejas visibles lo delatan y recuerdan que escucha tanto como observa. No es una bestia de asalto, sino de custodia: protector de tesoros, de fronteras y de juramentos.

Su tinción refuerza el mensaje. El oro le otorga nobleza y autoridad; el gules, valor y sacrificio; el azur, lealtad; el sable, constancia inquebrantable. Armado en pico y garras de un esmalte contrastado, el grifón advierte que la justicia que representa no es meramente simbólica.
Así, en la heráldica esta criatura no es un monstruo fabuloso, sino una declaración. Allí donde aparece proclama la unión de fuerza y sabiduría, de poder y vigilancia. Es la imagen del guardián ideal: atento, incorruptible y siempre erguido entre la tierra que gobierna y el cielo que lo legitima.

Representación de mis armas por D. José María Martín Fernández.

Del griego gryps, gryphos, se presenta como uno de los seres fabulosos más antiguos de los que se tiene noticia. Su figura emerge ya en el Oriente Próximo, entre el III y el II milenio antes de nuestra era, donde aparece representado en relieves, sellos y objetos rituales del ámbito mesopotámico y persa. En estos contextos tempranos ya no se le concibe como un monstruo, sino como un animal guardián estrechamente vinculado a espacios de poder y sacralidad, como templos y palacios.
El mundo griego lo incorpora más tarde a su imaginario, asignándole un lugar preciso dentro del mito. Allí se le presenta como custodio del oro de los hiperbóreos y como criatura consagrada a Apolo, lo que refuerza aún más su asociación con la vigilia, la luz y el orden. Autores antiguos, entre ellos Heródoto, recogen su presencia, integrándolo en una tradición que ya no es puramente ornamental, sino también simbólica y moral.

En época romana, el grifón se despoja progresivamente de cualquier rasgo inquietante para convertirse en un motivo habitual del arte decorativo y funerario. Su imagen muestra un carácter protector y noble, adecuado para acompañar monumentos, sepulcros y espacios destinados a la memoria y la representación del estatus.

Este largo recorrido explica su plena incorporación al lenguaje heráldico a partir del siglo XII, en el momento en el que esta disciplina se consolida en Europa como sistema simbólico estable. Desde entonces, el grifón se difunde ampliamente, con especial presencia en Inglaterra, Alemania, Italia, Francia, Península Ibérica y los territorios del Sacro Imperio, figurando tanto en armas familiares como en escudos urbanos. Su elección no es casual: los linajes que lo adoptan buscan expresar una idea de autoridad vigilante y lealtad firme, ambas herederas de una tradición simbólica que hunde sus raíces en la Antigüedad más remota.

Publicado por La Mesa de los Notables.