Hay discursos que no solo se escuchan:
se sienten. Palabras que, al ser pronunciadas, parecen despertar algo ancestral
y a la vez esencial, algo que pertenece tanto a la historia como al corazón. El
discurso de Manuel Ruiz de Bucesta y Álvarez, canciller-secretario del
Real Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias, pronunciado en Oviedo el
pasado 8 de noviembre durante el Capítulo General y la jura de nuevos miembros
de esa corporación, es precisamente uno de ellos.
En él resuena la memoria de una tierra
que entiende su identidad como un deber, de una nobleza que se eleva sobre títulos o escudos, para convertirse en una actitud vital, en una forma de
estar en el mundo. Sus palabras nos conducen desde la Asturias eterna (cuna de
España y raíz de un espíritu que se niega a apagarse) hasta la esencia misma de
la tradición: esa nobleza que no se exhibe, sino que se encarna; que no se
proclama, sino que se demuestra en la vida cotidiana.
Este discurso es, al mismo tiempo,
memoria, reflexión y llamada. Un recordatorio de que la verdadera nobleza no
debe ser un adorno, sino una responsabilidad viva; una invitación a recuperar
nuestros valores ancestrales: el honor, la educación, el deber, la humildad y
el valor interior que hicieron grande a quienes nos precedieron.
Lo que sigue no es solo un texto: es un
homenaje a un linaje moral. Es una afirmación de identidad. Y es, sobre todo,
una exhortación a mantener encendida la llama de aquello que nos dignifica.
DISCURSO DEL CANCILLER-SECRETARIO DE LA NOBLEZA DE ASTURIA DURANTE LOS ÚLTIMOS ACTOS CELEBRADOS EN OVIEDO EL PASADO MÉS DE NOVIEMBRE.
¡Asturias es España, y lo demás tierra conquistada!
Sin duda estamos ante una frase
legendaria cargada de mucha fuerza histórica. Y es que hoy nos convoca algo más
que un acto, nos convoca una idea, una memoria y una responsabilidad. Nos
convoca la nobleza, pero no la que se exhibe, se presume o se compra, nos
convoca la nobleza que se respira, se transmite y se honra.
Celebramos también, y nos enorgullece,
la incorporación de los nuevos caballeros y damas que, en esta Asturias nuestra
-cuna de España y origen del Camino de Santiago- buscan reencontrarse con las
raíces más hondas de su educación y vida. A todos ustedes, sed bienvenidos y
enhorabuena.
La antigua nobleza, la verdadera, no fue
jamás muralla sino puente. Supo fundirse con otros pueblos, creando incluso la
actual Hispanoamérica, una unión que, en realidad, no fue una pérdida, sino que
fue una expansión del alma. El mismo Lope de Vega escribió que “el valor es
hijo de la nobleza, y la nobleza, madre del honor”, así que no tenemos nada de
qué arrepentirnos, ni siquiera hay razón para pedir perdón, por el contrario,
sí tenemos que enorgullecernos por la tremenda obra de nuestros antepasados.
Más pasaron los años y mudó la nobleza.
El siglo XIX trajo consigo una nueva forma social -algunos lo llaman clase
social-. Llegó “la aristocracia del dinero”, una burguesía sin formas ni de
acrisolada educación. Llegaron y ocuparon los espacios que antes habitaban los
viejos señores, porque… ¡buen caballero es don dinero!
Empezó a confundirse la grandeza del
linaje con ostentación, y la nobleza dejó de exigir educación y costumbres.
Así, en pocas generaciones se perdió aquel sentimiento que existía en las casas
más tradicionales…; y muchos se tornaron arrogantes y vacíos de humildad.
Aquella herencia del alma, que algunos llamamos tradición, es en realidad
huella, sangre y deber…; es la educación íntima, vivida en silencio y no
exhibida, es el legado que debemos recuperar.
La nueva sociedad persiguió glorias
inmediatas, multiplicándose los títulos como si fuesen monedas en manos de
mercaderes, disfrazando la vanidad y confundiendo linaje con lujo. Hoy vivimos
rodeados de muchos nobles fingidos, adulterados, que imitan sin comprender…,
docenas de señoritos encopetados y cortesanos de normas recién inventadas que
creen que la nobleza está en las ropas o en el club más privado.
Pero la verdadera nobleza no es un
título, es una forma de ser, de estar y de servir. La nobleza no se hereda en
papeles, en realidad se hereda en gestos. Porque no se proclama, se demuestra…;
no se impone, se inspira…; no se presume, se honra…; la verdadera nobleza,
tampoco se compra, se cultiva.
Y si algo debemos rescatar, es aquella
disciplina que no se gritaba pero que se sentía; era aquella lección que no se
escribía, pero que se vivía y transmitía.
Y concluyo. Lo que distingue al noble no son sus bienes, ni su escudo, ni siquiera los árboles genealógicos…, es por el contrario su alma, su educación, su corrección, y sobre todo, su justo sentido del honor, de la palabra y de la amistad bien mantenida.
No olviden nunca que ¡no hay espejo que
devuelva nobleza, cuando no hay nobleza en el alma!
Manuel Ruiz de Bucesta, canciller-secretario.
https://www.cuerpodelanoblezadeasturias.es/
Publicado por La Mesa de los Notables.
