sábado, 4 de diciembre de 2021

ALGUNAS NOTAS SOBRE EL REINO DE ESPAÑA. HISTORIA REAL VERSUS LEYENDA OFICIAL.

Fernando Jesús Mogaburo López.

Desde la firma de la concordia de Segovia en 1475, España se convirtió en un reino único e indivisible, gobernado por dos reyes absolutos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Sicilia, quien heredaría Aragón cuatro años después. Hasta los decretos de Nueva Planta promulgados por Felipe V en 1715, en algunos territorios españoles como Aragón, Italia o Flandes existían unas cortes que no servían para gobernar o legislar en contra de la voluntad del rey, sino para facilitarle o negarle los subsidios con los que emprender sus empresas bélicas. Eso no los convertía en estados confederados ni a Aragón en una corona, solo era un reino; corona era lo que llevaban sus monarcas en la cabeza, de lo contrario se habrían llamado “coronados” y no reyes.

Por debajo del rey se encontraban sus señores feudales, de los que había dos tipos. Quienes ejercían el usufructo temporal de sus dominios eran los barones, señores o tenientes. Tras su muerte, sus títulos revertían al rey, quien podía reasignarlos a un heredero o a cualquier otro magnate. Quienes disfrutaban de la propiedad vitalicia de la tierra y de sus habitantes eran los duques, marqueses y condes. Cuando estos fallecían, sus títulos pasaban automáticamente a sus hijos, salvo que el rey dispusiera lo contrario (en caso de rebelión, por ejemplo). Por definición, todo conde estaba infeudado a un marqués, a un duque y/o a un rey, por lo que carece de sentido esa teoría de que Barcelona era independiente porque Borrell II se negó a rendir vasallaje a Hugo Capeto. Una leyenda muy bonita y enternecedora, pero la realidad era bien distinta. De haberse rebelado contra uno de los monarcas más poderosos de la cristiandad, le habrían cortado la cabeza y su condado, una vez invadido y saqueado por la Hueste francesa, habría sido confiscado y entregado a otra dinastía. Como ocurrió, por ejemplo, con el de Tolosa tras la batalla de Muret.

Al principio, Barcelona, Gerona, etc. pertenecían a la Marca Hispánica que, pese a su nombre, no tuvo marqués, por lo que sus condes estuvieron infeudados de facto al rey de Francia hasta 1137 y al de Aragón desde entonces, si bien no lo harían de iure hasta el tratado de Corbeil de 1258. A todos los efectos, un condado era equivalente a una provincia actual y, como es evidente, no puede existir una provincia independiente de ningún país. De haberse independizado, Barcelona habría tenido sus propios reyes, como ocurrió con Pamplona y Aragón, que también pertenecieron a la Marca Hispánica, o bien con Castilla, Galicia y Portugal, infeudados a León hasta que sus respectivos condes se independizaron tanto de facto como de iure.


Desde que se fundaron los reinos de Asturias en 718 y Pamplona en 905, sus monarcas fueron arrebatando territorios a al-Ándalus amparándose en su derecho a restaurar la Hispania visigoda. En un principio, las tierras conquistadas eran articuladas en condados o tenencias pero, a raíz de que el califato se desintegrase en taifas, cuando eran conquistadas conservaban el nombre de reinos aunque ya no tuvieran un rey. En realidad, eran equivalentes a las comunidades autónomas actuales, que cuentan con sus propios presidentes subordinados al de España. De hecho, la mayoría de esos antiguos reinos carecían de un representante de la monarquía, pero otros tenían su propio virrey, como eran los casos de Navarra, Aragón o Valencia. Otros, como Galicia, se conformaron con un gobernador civil o bien, en el caso de Granada, con un capitán general porque albergaba una importante guarnición militar.

En 1516 Carlos I se convirtió en monarca del Sacro Imperio Germánico, una entidad supranacional compuesta por dominios de diferentes categorías (ducados, marcas, condados, baronías), al igual que ocurre hoy día en la Unión Europea (reinos, repúblicas). Digo bien Carlos I, pues nos da igual que llevara el numeral V en Alemania o el IV en Nápoles, aquí siempre fue el I. Antes de fallecer, Carlos legó el título imperial a su hermano Fernando y el de rey de España a su hijo Felipe II. Tanto este como sus herederos aparecían en toda la correspondencia diplomática como reyes de España, a secas, aunque en muchos documentos figurara también la relación de todos sus dominios, para recordarles a sus súbditos y al resto de potencias europeas que le pertenecían.

Así, por ejemplo, en pleno apogeo del imperio (1621), la intitulación de Felipe IV incluía 20 reinos, aunque aparecieran algo desordenados. Los de León, Galicia, Toledo, Sevilla, Córdoba, Jaén y Algeciras habían sido anexionados por los reyes de Castilla; Valencia, Murcia, Mallorca, Córcega, Cerdeña y las Dos Sicilias (que incluía Nápoles), por los reyes de Aragón; Granada y Navarra, por Fernando el Católico; Portugal, por Felipe II; y los Algarves, antigua taifa de Niebla (Huelva), a medias por Castilla y Portugal, de ahí que se disputaran el título. El de rey de Jerusalén se vinculó al de Nápoles cuando los cruzados fueron expulsados de Tierra Santa, por eso pasó al de España tras la campaña del Gran Capitán. Por motivos desconocidos, nunca aparecieron en la intitulación real los importantes reinos de taifas de Badajoz y Zaragoza, conquistados respectivamente por León y Aragón.


A continuación, figuraban otros territorios que no tenían consideración de reinos independientes, comenzando por el archiducado de Austria (fusión de Estiria, Carintia y Carniola), y los ducados de Borgoña (luego Franco Condado), Brabante (una parte de la actual Bélgica) y Milán (parte del antiguo reino de Lombardía). Después aparecían los condados de Habsburgo (cuna de la dinastía), Flandes (la otra parte de Bélgica), Tirol (hoy en Austria) y Barcelona (una parte de la actual Cataluña, pero no el todo). Seguían los señoríos de Vizcaya (que incluía Guipúzcoa pero no Álava, cuna de Castilla) y Molina (Guadalajara). Ambos habían formado parte del patrimonio de los príncipes de Asturias, pero habían revertido a la corona tras la muerte del heredero don Juan en 1497, por eso aparecían desglosados. Aunque Gibraltar figurase entre los reinos, nunca había sido una taifa independiente, sino una simple tenencia. La relación finalizaba con los territorios de Ultramar, que nunca tuvieron señor feudal ni blasón, y eran representados en su conjunto por las columnas de Hércules: las islas de Canaria, las Indias Orientales (Filipinas, Micronesia) y Occidentales (Norteamérica), así como las islas (Antillas) y tierra firme (Sudamérica) del Mar Océano. Obsérvese que, aunque México y Perú habían constituido sendos imperios antes de ser transformados en virreinatos, no figuraban desglosados ni aportaron blasón alguno a las armas reales.

Carlos I tenía otros dominios (rey de Hungría, duque de Lorena, marqués de Eslovenia, conde de Gorizia, etc.), pero desaparecieron de la intitulación de sus herederos al permanecer vinculados al Imperio. Desde Felipe II en adelante la Monarquía Hispánica no tuvo más territorios que los que consta en ese manuscrito que comparto con todos vosotros. Todos los que encontréis en la Wikipedia son producto de la imaginación de su autor. Como, por ejemplo, el principado de Cataluña que, a pesar de ese nombre, no era un estado soberano como el reino de Aragón ni un dominio feudal, como el condado de Barcelona, sino una región como Extremadura o La Mancha, de ahí que nunca tuviera un príncipe.

Fernando Jesús Mogaburo López.

Publicado por La Mesa de los Notables.