martes, 25 de noviembre de 2025

HEROE. LA GESTA DE YEBEL MALMUSI.

 

Ayer mismo recibí un magnífico artículo de don Jorge Bernaldo de Quirós, muy bien documentado, sobre el capitán don Miguel Rodríguez Bescansa, fallecido en la acción de Yebel Malmusi, el 22 de septiembre de 1925, que él mismo lideraba. Su heroica muerte tuvo lugar durante un combate durísimo -calificado por muchos como dantesco- tras haber tomado una posición hostil y reorganizado a sus tropas bajo una enorme presión. Aquella hazaña le valió la concesión, a título póstumo, de su segunda Cruz Laureada de San Fernando.

Por lo extenso del artículo, no puedo publicarlo íntegramente en formato blog, como quisiera. No obstante, me he atrevido a preparar un extracto para honrar la memoria de este héroe español en el centenario de su muerte.

EXTRACTO DEL ARTÍCULO DE DON JORGE BERNALDO DE QUIRÓS SOBRE EL BILAUREADO CAPITÁN DON MIGUEL RODRÍGUEZ BESCANSA, EN EL CENTENARIO DE SU FALLECIMIENTO.

Se cumple este año el centenario de la muerte del capitán don Miguel Rodríguez Bescansa, uno de los protagonistas más fulgurantes de las campañas españolas en el Rif. Su figura, tan intensa y luminosa como efímera, parece diluirse en la memoria colectiva, oscurecida por los grandes acontecimientos que sacudieron el siglo XX. Sin embargo, su vida y su muerte resumen con rara pureza el sentido del sacrificio militar, la entrega al deber y la lealtad absoluta hacia los hombres bajo su mando.


Nacido en Pamplona en 1900, Bescansa abrazó la carrera de las armas desde la adolescencia. Con apenas quince años ya conocía el polvo africano, y pronto se ganó fama de oficial impetuoso, siempre dispuesto a aparecer en el punto más comprometido del frente. En aquellas campañas coloniales -marcadas por emboscadas, avances difíciles y un enemigo tenaz- el valor personal era una moneda imprescindible; y el joven navarro parecía poseerlo en grado inusual.
Su primer gran acto de heroísmo se produjo en el bosque de Sidi Dauetz, el 17 de julio de 1925. Allí, bajo fuego intenso y en un terreno confuso, logró reorganizar a sus hombres, animarlos en árabe, tomar el banderín y lanzar una contraofensiva que restableció la posición española. Herido, ocultó su dolor para sostener la moral de la tropa, consciente de que la serenidad del jefe podía decidir el resultado de la jornada. La acción le valió su primera Cruz Laureada de San Fernando, un reconocimiento reservado apenas a unos pocos elegidos.

Poco después fue destinado a la Harca de Muñoz Grandes, donde participó en la operación más audaz del Ejército español en Marruecos: el desembarco de Alhucemas, iniciado el 6 de septiembre de 1925. Según los testimonios, Bescansa fue el primer oficial español en saltar a la playa, y él mismo clavó la bandera en el terreno recién arrebatado al enemigo. Ese gesto, más simbólico que táctico, condensaba la imagen que ya se tenía de él: la del jefe que se gana el respeto ocupando el primer puesto, no el último.
Pero su destino se selló finalmente el 22 de septiembre de 1925, durante un reconocimiento ofensivo en las escarpaduras del Yebel Malmusi. Los destacamentos avanzados habían flaqueado bajo el empuje rifeño, y la situación amenazaba con desbordarse. Bescansa, al frente de su Tabor, avanzó sin esperar órdenes, sosteniendo la línea, arengando a sus hombres, abriéndose paso entre trincheras, humo y gritos. Allí cayó buena parte de su mando.

Ordenada la retirada, supo que uno de sus Caídes había quedado tendido en el campo. Pudo retirarse y alegar que la misión estaba cumplida. Pero volvió. Esa decisión -tan humana como temeraria- definió su figura más que todos sus actos anteriores. En la penumbra del combate, mientras intentaba recuperar el cuerpo del compañero caído, un disparo en la cabeza lo derribó para siempre. Su vida se extinguió en el mismo gesto de lealtad que pretendía rendir a uno de los suyos.
Por aquella acción fue reconocido con su segunda Laureada, una distinción excepcional que solo comparte, en su siglo, con el general José Enrique Varela. Pero mientras Varela prolongó su vida hasta convertirse en figura central del Ejército español, Bescansa quedó detenido para siempre en la edad heroica: veinticinco años de vida y dos Laureadas en el pecho, símbolo perfecto del sacrificio llevado hasta el extremo.

Su memoria, sin embargo, quedó relegada con el paso del tiempo. La Guerra Civil, la posguerra y las transformaciones del país desdibujaron la épica africana y sus protagonistas. Revivir hoy la figura de Bescansa no significa ignorar la complejidad moral de las guerras coloniales; significa, en cambio, reconocer el valor individual, la responsabilidad del mando y la nobleza del gesto final que define una vida.
A cien años de su muerte, el nombre de Miguel Rodríguez Bescansa nos devuelve a una verdad sencilla y antigua: que hay hombres que, en el momento decisivo, eligen correr hacia el peligro para no dejar atrás a los suyos. Esa elección, más que ninguna condecoración, es lo que justifica que su historia se siga contando. Es, también, lo que convierte su muerte en un símbolo perdurable de lealtad, coraje y humanidad en medio del combate.

Publicado por La Mesa de los Notables.