lunes, 13 de abril de 2020

MI PRIMERA CONDECORACIÓN.

503 (2020).
Por el Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, marqués de la Floresta.

Varios de mis parientes y amigos –alguno parece que con vocación de futuro biógrafo-, me suplican que les diga y aclare cuál de mis muchas distinciones fue la primera. Creen estar en lo cierto, atendiendo a varios registros oficiales, que habría sido, allá por el otoño de 1986, la cruz de la Orden Civil de Beneficencia.
Pero no: en realidad, el primer premio que he recibido en mi vida, que ya va siendo larga de más de seis décadas, fue una medalla de premio escolar, que se me entregó con toda solemnidad el 11 de febrero de 1964, cuando toda España festejaba los XXV Años de Paz tras la última guerra civil –la siguiente parece que se va aproximando ya, por la pulsión liberticida de la extrema izquierda-.


Asistía yo a un pequeño colegio, más bien una escuela, que estaba instalado en Madrid, en el número 12 de la misma calle de Quintana en la que mi familia residía entonces. A escasos metros del lugar en que el 4 de marzo de 1957 se hizo la luz al Mundo, en la calle del Buen Suceso número 6. El edificio era un bello hotelito del 1880, si no recuerdo mal de ladrillo rojo y con una gran reja alrededor, que fue derribado hacia 1970 para levantar un bloque de viviendas. Tengo un vago recuerdo de alguno de los profesores, todos muy solemnes, de traje y corbata. He oído que hubo entre ellos algún ilustre maestro, represaliado después de aquella contienda fratricida, que se ganaba la vida dando clases en colegios particulares.
Conforme a la formalidad de la época, a mí se me hizo entrega del correspondiente diploma, que no me parece feo, junto a una medalla de plata, por cierto, de fina factura. Es curioso que la cinta de esta medalla sea de los mismos colores que tiene la de la más importante condecoración que yo he recibido y recibiré en mi vida, porque también es la primera y más principal del Reino de España: la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III.
Aquel día se nos retrató a todos los alumnos, al uso de la época: en una mesa con libros y cuadernos, en actitud de escribir, y con un fondo del mapa de España. Siento no haber sido capaz de encontrar ahora ese retrato, traspapelado en tantas mudanzas, porque el corte del flequillo y el atuendo eran muy característicos.
No recuerdo mis sentimientos en aquel momento –yo tenía siete años-, ni tampoco que el hecho me afectase mucho, pues no fui nunca mal estudiante y vería con naturalidad el premio. Tampoco creo que aquel fuese el inicio de mi afición por la historia premial y la falerística; tampoco me nació al recibir la mencionada cruz de Beneficencia, sino algo más tarde, a partir de 1994. Pero siempre he guardado con cariño el diploma y la medalla.
Y así cumplida la curiosidad de mis parientes y amigos, solo nos queda decir: Laus Deo.

Publicado por La Mesa de los Notables.