lunes, 10 de enero de 2022

“ITALIA MI NATURA, EL MUNDO MI VENTURA, EL MAR MI COYUNTURA Y ESPAÑA MI SEPULTURA”.

HISTORIA REAL VERSUS LEYENDA OFICIAL.

Fernando Jesús Mogaburo López.

“España, mi natura; Italia, mi ventura; Flandes, mi sepultura”. Un aforismo que, no por más repetido, es menos falaz. Generaciones de españoles que lo han leído, en aquellas obras empeñadas en divulgar una historia plagada de errores y de mitos infundados, han entendido que todos los soldados de los tercios nacían en España, se adiestraban en Italia y morían en Flandes. Nada más lejos de la realidad.

Los españoles apenas suponían entre un 20 y un 30 % en los ejércitos de los Habsburgo (mal llamados Austrias, pues equivale a llamar “Francias” a los Borbones). El grueso lo constituían otras unidades que en los manuscritos aparecían englobadas bajo el nombre de “naciones”: la portuguesa, la italiana (sardos, sicilianos, napolitanos, toscanos, lombardos), la alemana (sajones, francones, alsacianos, suizos, bávaros, austriacos), la eslava (bohemios, croatas, eslovenos), la británica (ingleses, escoceses, irlandeses) y la que podríamos llamar lotaringia (saboyanos, borgoñones, valones, flamencos, holandeses). Aquellos berberiscos, amerindios y austronesios que superasen las pruebas de limpieza de sangre podían enrolarse como soldados o como auxiliares en los tercios de Orán, Túnez, México, Tierra Firme, Perú, Chile, Filipinas y las Molucas. Tercios de cuya existencia reniegan aquellos autores que no buscan la verdad en los archivos sino en las bibliotecas.

Tanto lo soldados españoles como los de naciones podían ser desplegados en su misma provincia de origen o en cualquier otra. Solo una minoría pasó por Italia, bien para guarnecerla en los cuatro tercios fijos (Sicilia, Nápoles, Milán, Saboya) o, preferentemente, para combatir en las numerosas guerras que la asolaron (Lombardía, Calabria, Florencia, Siena, Córcega, Cerdeña, Mesina, Malta). Ni uno solo lo hizo para instruirse, pues el único adiestramiento que conocieron los tercios fue el campo de batalla. En contadas ocasiones, compañías recién reclutadas eran enviadas a Italia para relevar a las desplazadas a otros teatros de operaciones, pero casi siempre marchaban directamente al frente, bien en solitario (como los “pilones” gallegos enviados a Flandes), o mezcladas con las veteranas en tercios mixtos (como los que Alba llevó a Flandes en 1567).

También es falso que Flandes se convirtiera en la sepultura del Ejército español, ni a título individual ni colectivo. En el primer caso, murieron tantos soldados en Flandes como en España, Portugal, Italia, Alemania, Hungría, Grecia, Berbería, Chile y, sobre todo, en el mar. En el segundo, porque los tercios no sufrieron decadencia alguna tras la derrota de Rocroi, pues no tuvo consecuencias estratégicas. Tantas victorias y derrotas cosecharon antes como después, pese a lo cual supieron conservar el imperio prácticamente intacto hasta la muerte de Carlos II. Las únicas pérdidas territoriales se produjeron por renuncia política (Holanda), bancarrota económica (Rosellón), donde no había tercios acantonados (Borgoña) o cuando la falta de reclutas voluntarios obligó a recurrir a levas forzosas de milicianos (Portugal). En cambio, Italia y Flandes siguieron formando parte del Imperio español hasta el tratado de Utrecht gracias, precisamente, a estar defendidas por sus tercios fijos. Algo que la historiografía borbónica ocultó para ensalzar tanto a Felipe V como a Luis XIV, los verdaderos artífices de que España cediera a Francia la hegemonía en Europa. Tanto es así que, una vez reconquistadas Cerdeña, Sicilia y Nápoles, no fueron reintegradas a nuestro imperio, sino entregadas a otros Borbones.

Así pues, yo prefiero enfocar ese aforismo desde el punto de vista de las unidades, y no del soldado: “Italia, mi natura”, porque los tercios nacieron en Lombardía en 1521; “el mundo, mi ventura”, porque desplegaron en seis de los siete continentes; y “España, mi sepultura” porque, una vez transformados en regimientos y expulsados de Europa, continuarían en activo en la península hasta que Fernando VII disolviese todo el Ejército en 1823.

Además, añadiré una cuarta sentencia: “el mar, mi coyuntura”, porque casi todos los tercios se embarcaron, al menos, una vez en su vida. La mayoría, para ser trasladados desde sus áreas de reclutamiento al teatro de operaciones asignado; cincuenta de ellos para combatir embarcados frente a otomanos, franceses, ingleses y holandeses. Pero ser transportado en una nave no convierte a un infante en “marine”, de la misma forma que ser transportado en avión no lo convierte en paracaidista. Tanto los soldados que se embarcaban ocasionalmente para surcar el Mediterráneo como los que combatieron en Lepanto pertenecían al Ejército y no a la Armada. Nunca existió un tercio de galeras, por la sencilla razón de que la vida a bordo era insalubre y de que lo único valioso era la vida del propio soldado. Ese tercio nuevo de la Mar de Nápoles del que afirma descender la actual infantería de marina, no nació en 1537 sino en 1635 y, pese a su nombre, no combatió jamás embarcado, sino en un territorio sin costas como el ducado de Milán.

En realidad, el primer tercio que estuvo a sueldo de la Armada y no del Ejército fue el que escoltaba la armada de la Guarda de Indias, organizada en 1561. Los galeones que surcaban el Atlántico transportaban tanto oro, plata, joyas, armas, enseres y bastimentos, que a la corona, a los armadores y a los comerciantes les resultaba rentable sufragar la soldada de quienes los defendían mediante un impuesto llamado “avería”. En 1602 se organizaron otros tres tercios para escoltar las tres escuadras en las que se articulaba la armada del Mar Océano: Galicia, Portugal y Estrecho, a los que poco después se unió otro formado por napolitanos. Pronto se convirtieron en la fuerza de reacción rápida de la monarquía, interviniendo en escenarios tan dispares como Burdeos, Larache, las Antillas o el Brasil, además de combatir por tierra en Cataluña y Extremadura. Solo uno de ellos pudo legar su historial a una unidad actual, el Regimiento Córdoba, que nada tiene que ver con el tercio de Figueroa, perteneciente al Ejército y disuelto en Flandes. La armada de Barlovento también contó con su propio tercio, mientras que las de Flandes, Mar del Sur y Filipinas se nutrían con compañías segregadas por turno de los tercios fijos. Exactamente igual que las escuadras de galeras del Mediterráneo.

Dejemos de contar mentiras y honremos a nuestros tercios como se merecen: “Italia, mi natura; el mundo, mi ventura; el mar, mi coyuntura; España, mi sepultura”.


Fernando Jesús Mogaburo López.

Publicado por La Mesa de los Notables.